viernes, 31 de julio de 2009

Descubrimiento de las siete ciudades, por el padre fray Marcos de Niza ( PARTE VII)

En este fragmento Fray Marcos nos cuenta como ya se empezaban a avisar nubes negras en el horizonte de esta expedición, cuando el mulato Estebanico que iba de avanzada le enviada las novedades...


Aquí en este valle, como en los demás pueblos de atrás, puse cruces e hice los autos y diligencias que convenían, conforme a la instrucción. Los naturales de esta villa me rogaron que descansase aquí tres o cuatro días, porque estaba el despoblado cuatro leguas de aquí; y desde el principio dél hasta llegar a la ciudad de Cíbola, hay largos quince días de camino; y que me querían hacer comida y aderezar lo necesario para él. Y me dijeron que con Esteban, negro, habían ido de aquí más de trescientos hombres acompañándole y llevándole comida, y que conmigo también querían ir muchos, por servirme y porque pensaban volver ricos; yo se lo agradescí y les dije que adereszasen presto; porque cada día se me hacía un año, con deseo de ver a Cíbola. Y así me detuve tres días sin pasar adelante, en los cuales siempre me informé de Cíbola y de todo lo demás, y no hacía sino tomar indios y preguntalles aparte a cada uno por sí, y todos se conformaban en una misma cosa, y me decían la muchedumbre de gente y la orden de las calles y grandeza de las casas y la manera de las portadas, todo como me lo dijeron los de atrás. Pasados los tres días, se juntó mucha gente para ir comigo, de los cuales tomé hasta treinta principales, muy bien vestidos con aquellos collares de turquesas, que algunos dellos tenían a cinco y a seis vueltas; y con estos tomé la gente necesaria que llevase comida para ellos y para mí, y me puse en camino. Por mis jornadas, entré en el despoblado, a nueve días de mayo, y así fuimos: el primero día, por un camino muy ancho y muy usado, llegamos a comer a una agua, donde los indios me habían señalado, y a dormir a otra agua, donde hallé casa, que habían acabado de hacer para mí y otra que estaba hecha donde durmió Esteban cuando pasó, y ranchos viejos, y muchas señales de fuego, de la gente que pasaba a Cíbola por este camino. Y por esta orden, caminé doce días, siempre muy abastado de comidas de venados, liebres y perdices del mismo color y sabor de las de España, aunque no tan grandes, pero poco menores. Aquí llegó un indio, hijo de un principal de los que venían comigo, el cual había ido en compañía de Esteban, negro, y venía aquejado el rostro y cuerpo, cubierto de sudor, el cual mostraba harta tristeza en su persona, y me dijo que, una jornada antes de allegar a Cíbola, Esteban envió su calabazo, con mensajeros, como siempre acostumbraba enviallo delantre, para que supiesen cómo iba; el calabazo llevaba unas hileras de cascabeles y dos plumas, una blanca y otra colorada; y como llegaron a Cíbola, ante la persona que el Señor tiene allí puesta, y le dieron el calabazo; como lo tomó en las manos y vido los cascabeles, con mucha ira y enojo arrojó el calabazo en el suelo, y dijo a los mensajeros que luego se fuesen, que él conoscía qué gente era aquella, que les dijesen que no entrasen en la cibdad, sino que a todos los matarían; los mensajeros se volvieron y dijeron a Esteban lo que pasaba, el cual les dijo que aquello no era nada, que los que se mostraban enojados, les rescibían mejor; y así prosiguió su viaje hasta llegar a la cibdad de Cíbola.

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