martes, 9 de febrero de 2010

Descubrimiento de las siete ciudades, por el padre fray Marcos de Niza



En esta parte nos cuanta el desenlace de este importante crónica que a la postre vino a desatar la colonización de la parte norte de la Nueva España, aún sin explorar.
Consecuencia inequívoca de que naciera la ciudad de los Portales entre muchos otros asentamientos que hasta el día de hoy nos atrapa con su fantasmas de los primeros pobladores.

(ÚLTIMA PARTE DEL RELATO).

donde halló gente que no le consintió entrar dentro, y le metieron en una casa grande, que está fuera de la ciudad, y le quitaron luego todo lo que llevaba, de rescates y turquesas y otras cosas que había habido en el camino de los indios; y que allí estuvo aquella noche sin darle de comer ni de beber, a él ni a los que con él iban. Y otro día de mañana, este indio hubo sed y salió de la casa a beber, en un río que estaba cerca, y de ahí a poco rato; vido ir huyendo a Esteban y que iban tras él gente de la ciudad, y que mataban algunos de los que iban con él; y que como esto vio, este indio se fue, escondido, el río arriba y después atravesó a salir al camino del despoblado.

Con las cuales nuevas, algunos de los indios que iban comigo comenzaron e llorar, yo con las ruines nuevas temí perderme, y no temí tanto perder la vida, como no poder volver a dar aviso de la grandeza de la tierra, donde Dios Nuestro Señor puede ser tan servido y su santa fe ensalzada y acrescentado el patrimonio Real de Su Majestad. Y con todo esto, lo mejor que pude, los consolé y les dije que no se debía de dar entero crédito a aquel indio; y ellos, con muchas lágrimas, me dijeron que el indio no diría sino lo que había visto; y así me aparté de los indios, a encomendarme a Nuestro Señor y a suplicarle guiase esta cosa como más fuese servido y alumbrase mi corazón; y esto hecho, me volví a los indios y con un cuchillo corté los cordeles de las petacas, que llevaba de ropa y rescates, que hasta entonces no había llegado a ello ni dado nada a nadie, y repartí de lo que llevaba por todos aquellos principales, y les dije que no temiesen y que se fuesen comigo; y así lo hicieron. Y yendo por nuestro camino, una jornada de Cíbola, topamos otros dos indios, de los que habían ido con Esteban, los cuales venían ensangrentados y con muchas heridas; y como llegaron, ellos y los que venían comigo comenzaron tanto llanto, que de lástima y temor, también a mí me hicieron llorar; y eran tantas las voces, que no me dejaban preguntalles por Esteban, ni lo que les había subcedido, y roguelles que callasen y supiésemos lo que pasaba y dijeron: que «¿cómo callarían, pues sabían que de sus padres, hijos y hermanos, eran muertos más de trescientos hombres, de los que fueron con Esteban?, y que ya no osarían ir a Cíbola como solían». Todavía, lo mejor que pude, procuré de amansallos y quitalles el temor, aunque no estaba yo sin nescesidad de quien a mí me lo quitase; pregunté a los indios, que venían heridos, por Esteban y lo que había pasado, y estuvieron un rato sin me hablar palabra, llorando con los de sus pueblos, y al cabo, me dijeron que como Esteban llegó una jornada de la ciudad de Cíbola, envió sus mensajeros con su calabazo a Cíbola al Señor, haciéndole saber su ida, y como venía a hacer paces y a curallos; y como le dieron el calabazo y vido los cascabeles, muy enojado arrojó en el suelo el calabazo y dijo: «yo conozco esta gente, por questos cascabeles no son de la hechura de los nuestros, decildes que luego se vuelvan, si no que no quedará hombre dellos»; y así se quedó muy enojado. Y los mensajeros volvieron tristes, y no osaban decir a Esteban lo que les acaesció, aunque todavía se lo dijeron, y él les dijo: «que no temiesen, que él quería ir allá, porque, aunque le respondían mal, le rescibían bien»; y así se fue y llegó a la ciudad de Cíbola, ya que se quería poner el sol, con toda la gente que llevaba, que serían más de trescientos hombres, sin otras muchas mujeres; y no los consintieron entrar en la ciudad, sino en una casa grande y de buen aposento, que estaba fuera de la ciudad. Y luego tomaron a Esteban todo lo que llevaba, diciendo que el Señor lo mandó así; y en toda esa noche no nos dieron de comer, ni de beber. Y otro día, el sol de una lanza fuera4, salió Esteban de la casa, y algunos de los principales con él, y luego vino mucha gente de la ciudad, y como él los vio, echó a huir y nosotros también; y luego nos dieron estos flechazos y heridas y caímos; y cayeron sobre nosotros otros muertos, y así estuvimos hasta la noche, sin osarnos menear, y oímos grandes voces en la ciudad y vimos sobre las azoteas muchos hombres y mujeres que miraban, y no vimos más a Esteban, sino que creemos que le flecharon como a los demás que iban con él, que no escaparon más de nosotros. Yo, visto lo que los indios decían, y el mal aparejo que había para proseguir mi jornada como deseaba, no dejé de sentir su pérdida y la mía, y Dios es testigo de cuánto quisiera tener a quién pedir consejo y parescer, porque confieso que a mí me faltaba. Díjeles que Nuestro Señor castigaría a Cíbola y que como el Emperador supiese lo que pasaba, enviaría muchos cristianos a que los castigasen; no me creyeron, porque dicen que nadie basta contra el poder de Cíbola; pediles que se consolasen y no llorasen, y consolelos con las mejores palabras que pude, las cuales sería largo de poner aquí. Y con esto los dejé y me aparté, un tiro o dos de piedra, a encomendarme a Dios, en lo cual tardaría hora y media; y cuando volví a ellos, hallé llorando un indio mío que traje de Méjico, que se llama Marcos y díjome, «padre; estos tienen concertado de te matar, porque dicen que por ti y por Esteban han muerto a sus parientes, y que no ha de quedar de todos ellos hombre ni mujer que no muera. Yo torné a repartir entre ellos lo que me quedaba, de ropa y rescates, por aplacallos, y díjeles que mirasen que si me mataban, que a mí no me hacían ningún mal, porque moría cristiano y me iría al cielo, y que los que me matasen penarían por ello, porque los cristianos vernían en mi busca, y contra mi voluntad, los matarían a todos. Con estas y otras muchas palabras, que les dije, se aplacaron algo, aunque todavía hacían gran sentimiento por la gente que les mataron. Rogueles que algunos dellos quisiesen ir a Cíbola, para ver si había escapado alguno otro indio, y para que supiesen alguna nueva de Esteban, lo cual no pude acabar con ellos. Visto esto, yo les dije que, en todo caso, yo había de ver la ciudad de Cíbola, y me dijeron que ninguno iría comigo; y al cabo viéndome determinado, dos principales dijeron que irían comigo, con los cuales y con mis indios y lenguas, seguí mi camino hasta la vista de Cíbola, (9)la cual está asentada en un llano, a la falda de un cerro redondo. Tiene muy hermoso parescer de pueblo, el mejor que en estas partes yo he visto; son las casas por la manera que los indios me dijeron, todas de piedra con sus sobrados y azuteas, a lo que me paresció desde un cerro donde me puse a vella. La población es mayor que la cibdad de México; algunas veces fui tentado de irme a ella, porque sabía que no aventuraba sino la vida, y esta ofrescí a Dios el día que comencé la jornada; al cabo temí; considerando mi peligro y que si yo moría, no se podría haber razón desta tierra, que a mi ver es la mayor y mejor de todas las descubiertas. Diciendo yo a los principales, que tenía comigo, cuán bien me parescía Cíbola, me dijeron que era la menor de las siete ciudades, y que Totonteac es mucho mayor y mejor que todas las siete ciudades y que es de tantas casas y gente, que no tiene cabo. Vista la dispusición de la ciudad, paresciome llamar aquella tierra el nuevo reino de San Francisco, y allí hice, con ayuda de los indios, un gran montón de piedra, y encima dél puse una cruz delgada y pequeña, porque no tenía aparejo para hacella mayor, y dije que aquella cruz y mojón ponía en nombre de don Antonio de Mendoza, visorrey gobernador de la Nueva España por el Emperador, nuestro señor, en señal de posesión, conforme a la instrucción; la cual posesión dije que tomaba allí de todas las siete ciudades y de los reinos de Totonteac y de Acus y de Marata, y que no pasaba a ellos, por volver a dar razón de lo hecho y visto. Y así me volví, con harto más temor que comida, y anduve, hasta topar la gente que se me había quedado, todo lo más apriesa que pude; los cuales alcancé a dos días de jornada, y con ellos vine hasta pasar el despoblado, donde no se me hizo tan buen acogimiento como primero, porque, así los hombres como las mujeres, hacían gran llanto por la gente que les mataron en Cíbola. Y con el temor, despedime luego de aquella gente de aquel valle, y anduve el primero día diez leguas; y ansí anduve a ocho y a diez leguas, sin parar hasta pasar el segundo despoblado. Volviendo, y aunque no me faltaba temor, determiné de allegar a la abra, de que arriba digo que tenía razón, donde se rematan las sierras; y allí tuve razón que aquella abra va poblada muchas jornadas a la parte de Leste, y no osé entrar en ella, porque como me paresció que se había de venir a poblar y señorear estotra tierra de las siete ciudades y reinos que digo, que entonces se podría mejor ver, sin poner en aventura mi persona y dejar por ello de dar razón de lo visto. Solamente vi, desde la boca de la abra, siete poblaciones razonables, algo lejos, un valle abajo muy fresco y de muy buena tierra, de donde salían muchos humos; tuve razón que hay en ella mucho oro y que lo tratan los naturales della en vasijas y joyas, para las orejas y paletillas con que se raen y quitan el sudor, y que es gente que no consiente que los de estotra parte de la abra contraten con ellos: no me supieron decir la causa por qué. Aquí puse dos cruces y tomé posesión de toda esta abra y valle, por la manera y orden de las posesiones de arriba, conforme a la instrucción. De allí proseguí la vuelta de mi viaje, con toda la priesa que pude, hasta llegar a la villa de San Miguel, de la provincia de Culuacán, creyendo hallar allí a Francisco Vázquez de Coronado, gobernador de la Nueva Galicia; y como no lo hallé, proseguí mi jornada hasta la ciudad de Compostela, donde le hallé. Y de allí luego escrebí mi venida al Ilustrísimo señor visorrey de la Nueva España, y a nuestro padre Fray Antonio de Ciudad-Rodrigo, provincial, y que me enviasen a mandar lo que hacía. No pongo aquí muchas particularidades, porque no hacen a este caso; solamente digo lo que vi y me dijeron, por las tierras donde anduve y de las que tuve razón, para dalla a nuestro padre provincial, para que él la muestre a los padres de nuestra orden, que le pareciese, o en el capítulo; por cuyo mandado yo fui, para que la den al Ilustrísimo señor visorrey de la Nueva España, a cuyo pedimento me enviaron a esta jornada5.- Fray Marcos de Niza, vice-comissarius.

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