viernes, 5 de junio de 2009

Descubrimiento de las siete ciudades, por el padre fray Marcos de Niza,PARTE II


MITOS Y LEYENDAS PARTE II
En esta segunda entrega inicia el fantástico relato por lo que seremos breves en esta introducción solo es preciso aclarar que lo que leerá a continuación se respeto la redacción original por si algunas palabras no son como en la actualidad se conocen, ya las descubrirán ustedes, adelante.






Relación

Grabado de Fray Marcos de Niza

Con el ayuda y favor de la Sacratísima Virgen María, Nuestra Señora y del seráfico nuestro padre San Francisco, yo fray Marcos de Niza, fraile profeso de la orden de San Francisco, en cumplimiento de la instrucción, arriba contenida, del Ilustrísimo señor don Antonio de Mendoza, visorrey y gobernador por Su Majestad de la Nueva España, partí de la villa de San Miguel, de la provincia de Culuacán, viernes siete días del mes de marzo de mil e quinientos e treinta e nueve años, llevando por compañero al padre fray Onorato y llevando conmigo a Esteban de Dorantes, negro, y a ciertos indios, de los que el dicho señor Visorrey libertó y compró para este efecto, los cuales me entregó Francisco Vázquez de Coronado, gobernador de la Nueva Galicia, y con otra mucha cantidad de indios de Petatean, y del pueblo que llaman del Cuchillo, que serán cincuenta leguas de la dicha villa. Los cuales vinieron al valle de Culuacán, sinificando gran alegría, por habelles certificado los indios libertados, que el dicho Gobernador envió delante a hacelles saber su libertad y que no se habían de hacer esclavos dellos ni hacelles guerra ni mal tratamiento, diciéndoles que así lo quiere y manda Su Majestad. Y con esta compañía que digo, tomé mi camino hasta allegar al pueblo de Petatean, hallando en el camino muchos rescibimientos y presentes de comida, rosas y otras cosas desta calidad, y casas que me hacían de petates y ramas, en todas las partes donde no había poblado. En este pueblo de Petatean holgué tres días, porque mi compañero fray Onorato adoleció de enfermedad, que me convino dejallo allí; y conforme a la dicha instrucción, seguí mi viaje por donde me guió el Espíritu-Santo, sin merescello yo. E yendo conmigo el dicho Esteban de Dorantes, negro, y algunos de los libertados y mucha gente de la tierra, haciéndome en todas partes que llevaba muchos rescibimientos y regocijos y arcos triunfales y dándome de la comida que tenían, aunque poca, porque dicen haber tres años que no llovía, y porque los indios de aquella comarca más entendían en esconderse que en sembrar, por temor de los cristianos de la villa de San Miguel, que hasta allí solían llegar a les hacer guerra y esclavos. En todo este camino, que serían 25 o 30 leguas de aquella parte de Petatean, no vi cosa digna de poner aquí, ecebto que vinieron a mí indios de la isla en que estuvo el Marqués del Valle, de los cuales me certifiqué ser isla, y no como algunos quieren decir, tierra firme; y vi que della pasaban a la tierra firme en balsas, y de la tierra firme a ella, y el espacio, que hay de la isla a la tierra firme, puede ser media legua de mar, poco más o menos. Asimismo me vinieron a ver indios de otra isla mayor que ella, que está más adelantre, de los cuales tuve razón2# haber otras treinta islas pequeñas, pobladas de gente y pobres de comida, ecebto dos, que dicen que tienen maíz. Estos indios traían colgadas de la garganta muchas conchas, en las cuales suele haber perlas; e yo les mostré una perla que llevaba para muestra, y me dijeron que de aquellas había en las islas, pero yo no les vi ninguna. Seguí mi camino por un despoblado de cuatro días, yendo conmigo indios, así de las islas que digo como de los pueblos que dejaba atrás; y al cabo del despoblado, hallé otros indios, que se admiraron de me ver, porque ninguna noticia tienen de cristianos, a causa de no contratarse con los de atrás por el despoblado. Estos me hicieron muchos rescibimientos, y me dieron mucha comida, y procuraban de tocarme en la ropa, y me llamaban Sayota, que quiere decir en su lengua «hombre del cielo», a los cuales, lo mejor que yo pude, hice entender por las lenguas lo contenido en la instrucción, que es el conoscimiento de Nuestro Señor en el cielo y de Su Majestad en la tierra. Y siempre, por todas las vías que podía, procuraba de saber tierra de muchas poblaciones y de gente de más policía y razón que con los que topaba; y no tuve nueva más de que me dijeron que la tierra adentro, cuatro o cinco jornadas do se rematan las cordilleras de las sierras, se hace una abra llana y de mucha tierra, en la cual me dijeron haber muchas y muy grandes poblaciones; en que hay gente vestida de algodón. Y mostrándoles yo algunos metales, que llevaba, para tomar razón de los metales de la tierra, tomaron el metal de oro y me dijeron que de aquel hay vasijas entre aquella gente de la abra, y que traen colgadas de las narices y orejas ciertas cosas redondas de aquel oro, y que tienen unas paletillas dél, con que raen y se quitan el sudor. Y como esta abra se desvía de la costa, y mi intención era no apartarme della, determiné de dejalla para la vuelta, porque entonces se podría ver mejor. Y ansí anduve tres días, poblados de aquella misma gente, de los cuales fui recibido como de los de atrás. Llegué a una razonable población, que se llama Vacapa, donde me hicieron grande rescibimiento y me dieron mucha comida, de la cual tenían en abundancia, por ser toda tierra que se riega.


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